Me imagino en un atardecer de otoño, junto a un río cubierto de esperanzas, con mis pies descalzos sobre una alfombra de hojarasca. La brisa discurre entre las ramas desnudas de los castaños susurrando una leve canción marchita, que me recuerda que morir es necesario para que la vida vuelva a surgir para que nada sea igual, para que el paisaje sea distinto, para que las melodías dejen de ser monótonas y renazcan con un nuevo son.
El sol languidece pintando de un color rojizo el lienzo majestuoso de la vida. Una vida que perece resucitando a las criaturas de la noche, cerrando un círculo necesario para que todo siga su curso, para que nada sea igual, para que lo distinto sea lo cotidiano.
Me dispongo a seguir la senda estrecha que hay entre la luz y la oscuridad, contemplando con una infantil inquietud las sombras, que envuelven lentamente la rivera bulliciosa de este imaginario río por el que transcurren mis esperanzas.
La vida es un paisaje por el que las estaciones pasan irremediablemente, marcando cadenciosamente las distintas etapas por las que vadeamos esto que es el vivir. Solo el temor a lo desconocido, es la excusa para no enfrentarse al pasar de los años. Hay pocas verdades absolutas, pero sí existe una, es que hoy somos lo que somos, porque ayer fuimos otros.
Un manto de estrellas, cubre el cielo que me ofrece un techo para resguardarme de las dudas que perturban mi descanso. En el eco de la noche retumban los silencios atronadores, que brotan de legiones de almas nocturnas, que pueblan cada uno de los rincones de esta tierra preñada de vida, de otra vida silenciosa pero presente, siempre presente, distinta, pero igual que otras vidas que ayer fueron distintas.
No dejes que el miedo atenace tu futuro, el cambio es necesario para que todo deje de ser igual, para que nada sea lo mismo. La vida es el ejemplo de un cambio constante para adaptarse, para pintar el mundo con otros colores. Vivir es eso, morir para que todo cambie.
Javier Bernal Abellán
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